Ciencia
Percy Fawcett, un verdadero cazador de tesoros, salió en busca de una ciudad perdida en Mato Grosso. Su último mensaje no dejó muchas pistas sobre su destino.
Cuando oímos hablar de expediciones en busca de ciudades desaparecidas, pensamos en el sueño de El Dorado que alimentaron los conquistadores españoles y portugueses del siglo XVI. Pero una expedición semejante se internó en el mal conocido Mato Grosso brasileño el 20 de abril de 1925. La mandaba el teniente coronel Percy Fawcett, arqueólogo, geógrafo y aventurero cuyos sueños descubridores eran no menos vivos y acuciantes que los de los conquistadores. Ellos lo condujeron, junto con su hijo Jack y Raleigh Rimell, compañero de ambos, a un destino desconocido en una tierra inhóspita.

Fawcett había servido a principios del siglo en el ejército británico de la India, en Ceilán, donde pasaba su tiempo libre buscando tumbas y tesoros antiguos. Ya en Sudamérica, pasó los años 1906 a 1909 recorriendo “un largo y malsano sector de la frontera brasileño-boliviana”. Fue al final de ese periodo cuando estudió cuidadosamente un relato portugués del siglo XVIII que hablaba de una gran ciudad en ruinas, pero supuestamente rica en oro y piedras preciosas.

Convencido de que la ciudad existía y, en realidad, de que las cuidades desaparecidas de Brasil eran incluso más antiguas que las de Egipto, Fawcett y su grupo salieron de Cuiabá, con poca impedimenta y pensando vivir sobre el terreno. Su último mensaje, fechado el 30 de mayo, decía entre otras cosas:
-Hemos cruzado millas de cerraba, una tierra de monte bajo y reseco; hemos atravesado innumerables pequeños ríos a nado y vadeando; hemos escalado alturas rocosas de imponente aspecto; hemos sido devorados por los insectos… No llegaremos a una tierra interesante sino hasta dentro de dos semanas.
El mundo no volvió a saber más de Fawcett y sus compañeros. Dados que habían dicho que estarían fuera al menos dos años, y como su mujer estaba convencida de que se encontraban bien, no se les buscó antes de mayo de 1928, y para entonces el rastro estaba ya borrado. Los indios de varias de las tribus mutuamente hostiles de la zona se acusaron entre sí de haber dado muerte a los expedicionarios. Otros dijeron haber visto a los ingleses a punto de morir de enfermedades y agotamiento. Durante más de diez años hubo viajeros que regresaron con historias de que Fawcett se había vuelto “indígena” y era ahora un viejo medio loco y cubierto de harapos que moraba entre los indios; pero no apareció ninguna prueba que resolviese el misterio.
Fuentes
Peter Fleming, Brazilian Adventure
Francis Hitching, The Mysterious World: An Atlas of the Unexplained