Milagros
En el pueblo de Banneux, Bélgica, Mariette Beco de 12 años tuvo una aparición de la Virgen de los Pobres. Un tiempo después, Benito García, un anarquista de poca fe, recibió un milagro.
Mariette Beco, de 12 años, estaba en la ventana de su casa en Banneux, Bélgica, la tarde del 12 de enero de 1933. Eran cerca de las siete y aún no había vuelto su hermano de jugar con sus amigos. De pronto Mariette vio una luz en el jardín: en medio de la noche estaba la figura resplandeciente de una mujer erguida, con la cabeza levemente inclinada a un lado. Mariette llamó a su madre.
La señora Beco vio también la extraña figura. “Debe de ser la Virgen”, dijo medio en broma ante las repetidas preguntas de su hija. Pronto se desvaneció la visión, al menos para la señora Beco, pues su hija podía verla todavía claramente y empezó a rezar el rosario. Al fin la figura desapareció, y cuando el padre de Mariette llego a casa se burló de la experiencia de su hija.
Los Beco eran una de las familias más pobres de la zona, y, aunque católicos, tenían poco tiempo para ir a la iglesia. A pesar de ello, Mariette empezó a asistir al catecismo en la parroquia. El párroco, el abate Jamin, escuchó la historia de la señora resplandeciente, y al principio la atribuyó a una viva imaginación fomentada por las recientes apariciones de la Virgen, que según decían había sido vista en Beauraing, a pocos kilómetros de allí.
El jueves 19 de enero, el señor Beco encontró a su hija rezando en el jardín. Preocupado, fue a pedir ayuda al abate Jamin. El sacerdote había salido, de modo que Beco se trajo a un vecino. Se encontraron con Mariette cuando salía del jardín y trataron de convencerla para que entrase en la casa. “Está llamándome”, dijo, y echó a andar por la carretera. Ambos la siguieron.
No tardó Mariette en llegar a una fuente situada al borde de la carretera y se arrodilló junto a ella. Mientras parecía escuchar algo que ellos dos hombres no podían ver ni oír, introdujo las manos en el agua. “Esta fuente está reservada para mí”, murmuró la niña, como repitiendo algo que le había dicho una presencia invisible.
Mas tarde, en el jardín, tuvo de nuevo una visión y preguntó: “¿Quién sois, Señora?” Después la muchacha respondió, como si contestara a su propia pregunta: “La Virgen santísima de los Pobres.”
Casi catorce meses antes de que sucediese esto en Benneux, Benito Pelegrí García había sufrido graves heridas en el brazo derecho a causa de la explosión de una caldera en Barcelona. Los esfuerzos de médicos españoles, italianos y alemanes no habían conseguido curarlos y había quedado incapacitado para el trabajo. Su mujer, belga, lo animó a peregrinar a Benneux, donde era ya famosa la fuente milagrosa de la Virgen de los Pobres, pero Benito era anarquista y no tenia nada que ver con tales supersticiones. Al fin su hija, que acababa de cumplir 13 años, amenazó con ponerse a servir para ayudar a la familia a menos que su padre consintiese en probar los milagrosos poderes de la fuente.
García sucumbió ante esa amenaza y a regañadientes consintió en hacer la peregrinación. Como prueba de voluntad, ya que no de fe, prometió también abstenerse de fumar y beber durante el tiempo que durara el viaje.
El 4 de julio de 1933, los García salieron a pie para el santuario belga. No tenían dinero para alojarse y muy poco para comer, salvo las pequeñas cantidades que la señora García conseguía haciendo labores tejidas cuando se detenían de noche para descansar.
A medida que se acercaban a Benneux, aumentaba el nerviosismo de García. Si no ocurría nada en el santuario, aseguró, dejaría allí a su mujer y se volvería solo a España. Finalmente, cuando estaban a menos de un kilometro de su destino, su ánimo se derrumbó: se escabullo, encontró a un colega anarquista dispuesto a prestarle cien francos y desapareció. Su mujer estaba frenética.
Con ayuda de la policía, lo encontró y lo convenció de que era una locura haber ido tan lejos solo para regresarse. Juntos emprendieron el camino de la fuente, García de un talante lo mas alejado posible de la confianza que da la fe. Cuando se acercó a la fuente, le dieron una cubeta con agua. Introdujo en ella la mano derecha y le sorprendió encontrar que estaba casi hirviendo. Después metió la mano sana y para su asombro notó el agua fría. Un médico presente le aconsejó que no tocase el agua de la alberca común por que podía infectarse la herida. Todavía incrédulo, García metió entonces el brazo en otra cubeta de agua de la fuente y rogó: “Si eres la Virgen de los Pobres, demuéstralo. Aquí tienes a un pobre que viene nada menos que desde España.”
Para su estupefacción, y ante el asombro de quienes lo rodeaban, el brazo herido sanó visiblemente en el agua. Benito García, un pobre hombre sin fe, estaba curado.
Fuente
Herbert Thurston, Beauraing and Other Miracles