Milagros
Rasputín, un “monje” quién era famoso por sus poderes hipnóticos y curativos, casi evade la muerte a manos del príncipe Yusupov
“Si muero a manos de asesinos comunes, y en especial de mis hermanos los campesinos rusos, no tenéis nada que temer”, escribía en diciembre de 1916 el “monje loco”, Grigori Yefimovich Rasputín, a su protector el zar Nicolás II de Rusia.
“Pero si soy asesinado por los boyardos (nobles), si ellos derraman mi sangre, sus manos quedarán manchadas con ella… Los hermanos matarán a los hermanos y se matarán entre sí, y… no quedarán nobles en el país.
Rasputín, un campesino mugriento, de modales rudos, lascivo y bebedor, famoso por sus poderes hipnóticos y curativos, era la persona mas temida y odiada de Rusia por su ascendiente sobre la familia real. El zar, y especialmente su esposa, la emperatriz Alejandra, que creía que Rasputín había salvado milagrosamente la vida de su hijo hemofílico, le profesaban una gran devoción.
Rasputín había sobrevivido en 1914 a las cuchilladas que le asestó en el estómago una campesina. Ahora, mientras escribía sobre su futuro asesinato, nobles palaciegos a cuya cabeza estaba el príncipe Félix Yusupov se afanaban planeándolo.
Invitaron a Rasputín al palacio de Yusupov la noche del 29 de diciembre de 1916 y lo dispusieron todo para que llegara primero, dejando a su disposición vino y pasteles. Mientras esperaba a los demás, se sirvió generosamente de ambos, sin sospechar que contenían cianuro de potasio. Cuando llegó Yusupov y vio que su invitado no le había afectado el cianuro, le disparó un tiro en la espalda. Poco después, los conspiradores volvieron para recoger el cadáver y arrojarlo al río Neva. Pero Rasputín volvió de golpe a la vida y, arrastrándose sobre manos y rodillas, persiguió al aterrado Yusupov escaleras arriba. Tras recibir otros dos disparos, el “monje” cayó.
Seguros de que al fin estaba muerto, los nobles le dieron golpes y patadas, llevaron su cuerpo al río, abrieron un agujero en el hielo y lo echaron a las frígidas aguas. Increíblemente, Rasputín seguía respirando mientras lo hacían. Cuando recuperaron el cuerpo dos días más tarde, tenia la mano derecha sobre el pecho, trazando con tres dedos una última bendición.
Sus predicciones de lo que ocurriría después de su muerte y su maldición a sus asesinos se vieron pronto cumplidas con la Revolución Rusa de 1917.
Fuente
Perrott Phillips, Out of This World